Las presiones evolutivas han acostumbrado a los humanos a ver el mundo como un pastel estático. Si alguien toma una porción mayor del pastel, otro, inevitablemente, obtendrá una porción menor.
Una familia o una ciudad concretas pueden prosperar,
pero la humanidad en su conjunto no va a producir más de lo que produce hoy.
Por lo tanto, las religiones tradicionales como el cristianismo y el islamismo buscaron formas de resolver los problemas de la humanidad con la ayuda de los recursos del momento ya fuera redistribuyendo el pastel existente o prometiéndonos un pastel en el cielo.La modernidad, en cambio, se basa en la firme creencia de que el crecimiento económico no solo es posible, sino que es absolutamente esencial.
Las oraciones, las buenas obras y la meditación pueden ser reconfortantes e inspiradoras, pero problemas tales como el hambre, la peste y la guerra solo pueden resolverse por medio del crecimiento. Este dogma fundamental puede resumirse en una idea simple:«Si tienes un problema, probablemente necesitas más cosas, y para tener más cosas,debes producir más».El crecimiento económico se ha convertido así en el punto crítico en el que se encuentran casi todas las religiones, ideologías y movimientos modernos.
La Unión Soviética, con sus megalómanos Planes Quinquenales, estaba tan obsesionada con el crecimiento como el más despiadado magnate y ladrón norteamericano. De la misma manera que tanto cristianos como musulmanes creían en el cielo y solo estaban en desacuerdo en la manera de alcanzarlo, durante la Guerra Fría, tanto capitalistas como comunistas creían en la posibilidad de crear el cielo en la Tierra mediante el crecimiento económico, y únicamente reñían por el método exacto de conseguirlo.
De hecho, puede que no sea inapropiado denominar «religión» a la fe en el crecimiento económico, porque ahora pretende resolver muchos, si no casi todos, nuestros dilemas éticos.
Puesto que, según parece, es el origen de todo lo bueno, el crecimiento económico anima a la gente a enterrar sus desavenencias éticas y a adoptar cualquier curso de acción que maximice el crecimiento a largo plazo. Así, la India de Modi es el hogar de miles de sectas, partidos, movimientos y gurúes, pero, aunque sus objetivos últimos difieren, todos tienen que pasar por el mismo cuello de botella del crecimiento económico, de modo que ¿por qué no aunar esfuerzos mientras tanto?
En consecuencia, el credo de «más cosas» insta a individuos, a empresas y a gobiernos a descartar todo aquello que pueda obstaculizar el crecimiento económico,como la conservación de la igualdad social, la salvaguarda de la armonía ecológica o la honra a nuestros padres.
En la Unión Soviética, cuando la gente creía que el comunismo controlado por el Estado era la vía de crecimiento más rápida, todo lo que se opusiera a la colectivización era arrasado, y esto incluía millones de kulaks, la libertad de expresión y el mar de Aral.
En la actualidad se acepta de manera generalizada que una versión del capitalismo de libre mercado es una forma mucho más eficaz de asegurar el crecimiento a largo plazo, de ahí que se proteja a los agricultores ricos y la libertad de expresión, pero los hábitats ecológicos, las estructuras sociales y los valores tradicionales que se interponen en el camino del capitalismo de libre mercado son destruidos y desmantelados.
A la mayoría de los capitalistas probablemente no les guste el calificativo de religión, pero, tal como son las religiones, el capitalismo puede al menos llevar la cabeza bien alta.
A diferencia de otras religiones que nos prometen un pastel en el cielo, el capitalismo promete milagros aquí, en la Tierra…, y a veces incluso los proporciona. Gran parte del mérito de la superación del hambre y la peste pertenece a la ardiente fe capitalista en el crecimiento.
El capitalismo merece incluso algún prestigio por reducir la violencia humana y aumentar la tolerancia y la cooperación.Tal como explica el siguiente capítulo, aquí entran en juego factores adicionales, pero es cierto que el capitalismo hizo una contribución importante a la armonía global al animar a la gente a que dejara de considerar la economía un juego de suma cero, en el que tu beneficio es mi pérdida, y en lugar de ello verla como una situación en la que todos ganan, en la que tu beneficio es también mi beneficio.
Es posible que esto haya contribuido más a la armonía global que siglos de oraciones cristianas acerca de amar a mi vecino y ofrecer la otra mejilla.
Los juegos premodernos, como el ajedrez, presuponían una economía estancada. Uno empieza una partida de ajedrez con dieciséis piezas y nunca termina el juego con más. En algunas ocasiones, pocas, un peón puede transformarse en una reina, pero no es posible producir nuevos peones ni transformar los caballos en tanques.
De modo que los que juegan al ajedrez nunca tienen que pensar en inversiones.
En cambio, muchos juegos de mesa y de ordenador modernos giran en torno a la inversión y al crecimiento. Pero ¿puede en verdad la economía seguir creciendo eternamente? ¿No acabará por quedarse sin recursos y deteniéndose? Con el fin de asegurar el crecimiento perpetuo, de algún modo debemos descubrir una reserva inagotable de recursos.
La consideración tradicional del mundo como un pastel de tamaño invariable presupone que solo hay dos tipos de recursos en el mundo: materias primas y energía. Pero en realidad hay tres tipos de recursos: materias primas, energía y conocimiento.
Las materias primas y la energía pueden agotarse: cuanto más las usamos, menos tenemos. El conocimiento, en cambio, es un recurso en aumento: cuanto más lo usamos, más tenemos.
De hecho, cuanto más aumentamos nuestras existencias de conocimiento, más materias primas y energía pueden proporcionarnos estas.Durante miles de años, el camino científico que llevaba al crecimiento estaba bloqueado porque la gente creía que las sagradas escrituras y las tradiciones antiguas ya contenían todo el conocimiento importante que el mundo tenía por ofrecer.
Una empresa que creyera que ya se habían descubierto todos los yacimientos petrolíferos del mundo no perdería tiempo y dinero en buscar petróleo.
De manera parecida, una cultura que creyera que ya sabía todo lo que merecía la pena conocer no se preocuparía en buscar nuevo conocimiento. Esta fue la postura de la mayoría de las civilizaciones humanas premodernas. Sin embargo, la revolución científica liberó a la humanidad de tal convicción.
El mayor de los descubrimientos científicos fue el de la ignorancia. Cuando los humanos se dieron cuenta de lo poco que sabían acerca del mundo, de repente tuvieron una muy buena razón para buscar nuevo conocimiento, lo cual abrió el camino científico hacia el progreso.
Tenemos, por lo tanto, muchas probabilidades de superar el problema de la escasez de recursos. La némesis real de la economía moderna es el colapso ecológico.
Tanto el progreso científico como el crecimiento económico tienen lugar en el seno de una biosfera frágil, y a medida que adquieren impulso, sus ondas expansivas desestabilizan la ecología.
Para proporcionar a cada uno de los habitantes del planeta el mismo nivel de vida que tienen los norteamericanos prósperos, necesitaríamos unos cuantos planetas más…, pero solo tenemos este.
La humanidad se encuentra trabada en una carrera doble. Por un lado, nos sentimos obligados a acelerar el progreso científico y el crecimiento económico. En la actualidad, 1000 millones de chinos y 1000 millones de indios quieren vivir como los norteamericanos de clase media, y no ven ninguna razón por la que tengan que poner en suspenso sus sueños cuando los norteamericanos no quieren dejar de poseer vehículos todoterreno y centros comerciales.
Por otro lado, debemos ir al menos un paso por delante del Armagedón ecológico.
Gestionar esta doble carrera se hace más difícil con cada año que pasa, porque cada paso que acerca a los habitantes de los suburbios de Nueva Delhi al Sueño Americano también hace que el planeta se aproxime más al borde del precipicio.
Sin embargo, el éxito futuro no está garantizado por alguna ley de la naturaleza. ¿Quién sabe si la ciencia siempre podrá salvar simultáneamente a la economía de congelarse y a la ecología de hervir? Y puesto que el ritmo no hace má que acelerarse, los márgenes de error son cada vez más pequeños. Si previamente bastaba con inventar algo sorprendente una vez cada siglo, en la actualidad necesitamos encontrar un milagro cada dos años.
También nos debe preocupar el hecho de que un apocalipsis ecológico podría tener consecuencias diferentes para castas humanas diferentes. No hay justicia en la historia. Cuando el desastre embiste, casi siempre los pobres sufren más que los ricos, aunque de entrada fueran los ricos los que causaran la tragedia. El calentamiento global ya está afectando más a la vida de la gente pobre que vive en los países africanos áridos que a la vida de los occidentales ricos. Paradójicamente, el mismo poder de la ciencia puede aumentar el peligro, porque hace que los ricos sean complacientes.
Consideremos las emisiones de gases de efecto invernadero. La mayoría de los expertos y un número creciente de políticos reconocen la realidad del calentamiento global y la magnitud del peligro. Pero hasta ahora este reconocimiento no ha conseguido cambiar nuestra conducta real.
El Protocolo de Kioto sobre reducción de gases de efecto invernadero pretendía meramente enlentecer el calentamiento global, más que detenerlo,pero el principal contaminador del mundo, Estados Unidos, se negó a ratificarlo y no ha hecho ninguna tentativa de reducir de manera significativa sus emisiones, por temor a que su crecimiento económico se desacelere.
Demasiados políticos y votantes creen que, mientras la economía crezca, científicos e ingenieros podrán salvarnos siempre de la catástrofe.
Cuando se trata del cambio climático, muchos creyentes convencidos en el crecimiento no solo esperan milagros: dan por sentado que los milagros ocurrirán.
¿Cuán racional es arriesgar el futuro de la humanidad a partir de la suposición de que los científicos del mañana harán algunos descubrimientos desconocidos? La mayoría de los presidentes, los ministros y los directores ejecutivos que dirigen el mundo son personas muy racionales.
¿Por qué están dispuestos a jugársela de este modo? Quizá porque no creen que se están jugando su propio futuro. Incluso si lo malo se vuelve peor y la ciencia no puede detener el diluvio, los ingenieros todavía podrán construir un Arca de Noé tecnológica para la casta superior, al tiempo que dejarán que miles de millones de personas se ahoguen. La fe en esta Arca de altatecnología es en la actualidad una de las mayores amenazas al futuro de la humanidad y de todo el ecosistema.
A la gente que cree en ella no se la debería poner a cargo de la ecología global, por la misma razón que a la gente que cree en un más allá celestial no se le debería proporcionar armas nucleares.
En un mundo capitalista, las vidas de los pobres solo
mejoran cuando la economía crece. De ahí la improbabilidad de que respalden
ninguna medida para reducir las futuras amenazas ecológicas que se base en
desacelerar el crecimiento económico actual.
Proteger el ambiente es una idea muy bonita, pero los que no pueden pagar el alquiler más están mucho preocupados por su descubierto bancario que por la fusión de los casquetes de hielo.
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