En el pais de los ciegos el tuerto es invisible.
En la región más desierta de los Andes ecuatoriales, ábrese el valle misterioso donde existe el país de los ciegos.
Conocida frase con cuyo concepto se intenta describir una situación en la que una persona sobresale, no por poseer grandes talentos, sino merced a la mediocridad de los demás
Agustín, de 56 años, murió en el otoño de 2013. Falleció en su casa de San Blas, probablemente por una enfermedad hepática que padecía. Pero hasta la semana pasada no se descubrió el cadáver en su domicilio, situado en el tercer piso del número de 5 de la calle de Castillo de Madrigal de las Altas Torres, en el corazón del barrio de Simancas.
El cuerpo fue encontrado momificado en una habitación de la casa, según fuentes jurídicas. Su hallazgo se produjo cuando iba a ser desahuciado de su domicilio por orden del Juzgado de Instrucción Número 100 de Madrid.
Todos en el vecindario le habían echado en falta a lo largo de estos años, pero pensaron que había perdido la vida en el hospital. «Agustín estaba enfermo. La última vez que le vimos con vida, en 2013, fue una tarde que vino una ambulancia y se lo llevó. No le volvimos a ver y creímos que había muerto en el centro médico», explicaban.
Un mundo democrático
En el mundo, la Justicia está interferida por los políticos, como lo están también otras muchas cosas que en democracia deben ser libres, entre ellas la prensa, la sociedad civil y muchas instituciones y empresas, manejadas desde el poder, directa o indirectamente.
En el mundo «democrático» los partidos políticos se reparten el nombramiento de jueces y magistrados en los altos tribunales y en los órganos de dirección de la Justicia, mientras que los jueces y abogados se agrupan en asociaciones judiciales que en su mayoría y por desgracia reproducen las ideologías, filias, fobias y lealtades de los partidos políticos, una estructura ajena por completo a las normas de la democracia, que exige una Justicia independiente y libre de interferencias partidistas.